lunes, 24 de diciembre de 2012

Libreta electrónica

Cuando compré mi primera tableta, anduve en busca de un programa que me permitiera escribir con facilidad en ella. Como todavía estaba muy verde con el nuevo dispositivo, creí que lo que debía conseguir era una versión aligerada de un procesador de textos. Una de las características que le exigí era notas a pie de página (¡ahí va el filólogo!). Así, en mi primera compra de apps (abreviatura de application 'programa') para mi flamante iPad, adquirí DocsToGo. Apenas lo he usado porque no merece la pena. Buscaba algo que me permitiera tomar notas y que a la vez pudiera depositarlas en Dropbox, mi centro de sincronización (sigue siéndolo), y encontré Compositions. Era el tipo de app que buscaba: sencilla, elemental y que pudiera usarla tanto desde el iPhone como desde el iPad y también, por supuesto, desde los ordenadores que utilizo habitualmente; además, se llevaba bien con Dropbox. Era tremendamente sencilla, tanto como el bloc de notas que trae de serie Windows, o como la app Notas del iPad. Con él he funcionado durante casi un año, pero no me convencía del todo.

Tiempo atrás había instalado en mis navegadores el web clipper Evernote. Este add-on me permitía, con un simple clic, guardar memoria (de ahí la cabeza de elefante del logotipo) de las páginas por las que había pasado y que me interesaban, pero no tanto como para tenerlas entre mis páginas favoritas. No le di más utilidad a esta aplicación.

A principios de verano estuve a jugueteando con Evernote y descubrí que era un potentísimo cuaderno de notas que podía suplir con gran eficacia mis viejas libretas. No solo me permite tomar notas cuando leo, sino que esas notas pueden llevar algunos efectos gráficos (cursivas, negritas, subrayados, tachadoresaltado) y de disposición textual: listas numeradas y sin numerar, párrafo normal, cita o encabezados de sección y subsección. Un pequeño procesador de textos para tomar notas con funciones que van mucho más allá, como notas de voz, fotografías o web clipper.
Evernote en un iPhone

La versión Freemium es limitada porque solo permite subir 60 MB de datos al mes y porque no se puede trabajar off-line (ya sea Wi-Fi o 3G), pero ¿quién escribe más de 60 MB de notas al mes? Si se trata de notas de voz o fotografías, es evidente que habrá problemas de espacio (o volumen), pero para el uso normal de un investigador "de letras" creo que es suficiente.

Desde que descubrí que Evernote era algo más que un web clipper, se ha convertido en mi Moleskine™ de bolsillo (tanto en el iPhone como en el iPad), así que ahora tengo que reprimir mis instintos de compra cuando voy a las librerías y veo los distintos modelos de Moleskine. También lo tengo abierto en mi ordenador para tomar notas cuando leo en la red o estoy escribiendo en el procesador de textos y me surge una nueva idea que no quiero perder. Y si no estoy en mi ordenador sino en uno de una biblioteca, puedo acceder por medio de un navegador cualquiera.

Este artículo lo comencé en el iPad, he corregido algunas cosillas en el iPhone, lo he probado antes de rematarlo en un teléfono (Huawei) y en una tableta (Galaxy Tab2 de 7") Androide y funciona perfectamente. Evidentemente, escribir en un teléfono es un tormento, pero solo lo utilizo para tomar notas, no para escribir toda una tesis. Evernote no valdría para escribir una tesis, como tampoco me serviría una Moleskine o cualquier otro cuaderno.

martes, 18 de diciembre de 2012

Ampliar el escritorio

Muchos hemos comprado un netbook porque estábamos cansados de arrastrar los casi cuatro kilos de los portátiles. También lo hicimos porque esos pequeños ordenadores tienen la potencia suficiente para la mayoría de nuestras necesidades informáticas (ofimática, internet, correo-e…) y, además, son mucho más baratos.

Las  pantallas de los netbook, de unas 10 pulgadas, son bastante cómodas para redactar, leer un PDF o consultar un sitio web. Sin embargo, cuando hay que pasar de un fichero a otro, del Word al Acrobat o al navegador o a cualquier otra aplicación, la labor se complica un poco.

Es cierto que en la parte de abajo de la pantalla tenemos unos botones que con un sencillo clic llevan de uno a otro programa (los usuarios más avanzados de Windows usarán las teclas ALT y TAB para pasar de una aplicación a otra). Pero a veces es necesario comparar lo que hemos escrito con los datos que ofrece un texto o analizar una imagen que está alojada en la red; entonces la cosa se complica. Podemos estrechar las ventanas, pero reducir el espacio de cada ventana en una pantalla pequeña es un auténtico lío.
Escritorio un poco abarrotado
Para remediarlo hay una solución sencilla: ampliar o extender el escritorio. Se consigue conectando un monitor externo (puede servirte la enorme TV del salón, si te lo permiten), como cuando se conecta un ordenador a un cañón de proyección.


Manos a la obra

Propiedades de Pantalla en Windows
La primera vez que se quiera ampliar o extender el escritorio hay que indicarle a Windows que queremos usar el monitor externo como una extensión, no como un duplicado. Para hacerlo hay que situar el cursor en un lugar de la pantalla del portátil, pero no sobre un icono. Se pulsa el botón derecho del ratón y se pulsa en la última línea, Propiedades.

Aparecerá la ventana Propiedades de Pantalla. Se pulsa en la pestaña Configuración y se pulsa con el ratón sobre el cuadrado marcado con el 2.

Lo siguiente es seleccionar la Resolución de la pantalla externa. Si mueves el botón deslizante, verás cómo aumenta y disminuye el tamaño de los rectángulos 1 y 2. 1 es la pantalla del portátil y 2 la externa. La resolución que se ha de elegir para esta depende del tamaño del monitor (aquí no hay más remedio que el viejo método de prueba y error). Antes de pulsar Aplicar, hay que comprobar que la casilla Extender el escritorio de Windows a este monitor está marcada (). Se pulsa Aplicar y aparecerá una ventanita que da 15 segundos para confirmar el cambio. Si estás conforme, pulsas . Por último, haces clic en Aceptar. ¡Ya tienes configurado el superescritorio!


Si no tenías conectado el monitor y lo haces una vez encendido el portátil, lo más seguro es que la pantalla del monitor se mantenga en negro. Tan solo hay que indicarle al ordenador que queremos usar la pantalla externa.

La forma más sencilla es usando la tecla Fn (suele ser la segunda tecla de la izquierda de la fila de abajo, entre Ctrl y la del logotipo de Windows). Después hay que pulsar una de las teclas de la fila superior, una de las teclas F. Aquí no hay acuerdo entre los fabricantes y cada uno ha decidido usar una (Toshiba y Acer la F5, Compaq y HP F4, Lenovo F7, Asus F8), pero es fácil localizarla porque el símbolo con el que se indica suele ser la silueta de una pantalla de ordenador y una pantalla de proyección. Se mantiene pulsada Fn y se pulsa sucesivamente la tecla de función correspondiente hasta que aparezca en la pantalla LCD + CRT extended, o una imagen con un portátil en cuya pantalla hay un 1 y una pantalla externa marcada con un 2 (de nuevo cada fabricante ofrece una solución distinta, hay que averiguarlo, no queda más remedio). Esto habrá que hacerlo cada vez que conectemos el portátil al monitor externo para extender el escritorio.

La manera de desplazar algo desde la pantalla del portátil a la extensión (al monitor externo) es pincharlo con el ratón y moverlo hacia la derecha de la pantalla. Verás cómo sale del portátil y aparece en el monitor. Para volver al portátil, desliza el ratón hasta que salga por el lado izquierdo de la pantalla externa. La idea la puedes ver en la imagen que hay debajo; en ella verás que el navegador está a medio camino entre el portátil (izquierda) y el monitor exterior (gran rectángulo azul de la derecha con Micky Mouse).
Pantalla expandida de un netbook.
A la izquierda, el netbook; a la derecha, la ampliación
Por cierto, no estás limitado a que la ampliación del escritorio esté a la derecha; también puede situarse a la izquierda, en la parte superior o inferior de la pantalla de tu portátil. Todo depende de tus necesidades. Para reubicar la ampliación basta con que en la ventana Propiedades de Pantalla pinches uno de los dos rectángulos que representan las pantallas y lo sitúes como mejor te convenga. Dependiendo de dónde coloques el cuadro 2, deberás desplazar el ratón para ir a la ampliación y al contrario para regresar al portátil.
Pantalla expandida de un netbook.
A la izquierda, la ampliación; a la derecha el netbook
Si pierdes el cursor y no sabes dónde está, no te preocupes. Los ordenadores con Windows permiten localizarlo con tan solo pulsar la tecla de Ctrl. En el lugar donde se encuentre el cursor aparecerá un círculo que disminuye de tamaño hasta desaparecer sobre el puntero. Busca los círculos y encontrarás el cursor con facilidad. (Si no tienes activada esta función, pincha Inicio > Panel de Control > Mouse > Opciones de Puntero, marca la casilla Mostrar ubicación del puntero al presionar la tecla CTRL y pulsa sucesivamente Aplicar y Aceptar. Ya está activado. ¡Pruébalo!).

Al principio te parecerá extraño, pero cuando te acostumbres verás que es maravilloso contar con un escritorio enorme (gigantesco si te permiten usar ese enorme televisor de 32 o más pulgadas del salón), con espacio para tener varias aplicaciones abiertas y sin tener que preocuparte de pulsar en la barra inferior para traer al frente una u otra aplicación.
A la izquierda, el netbook con el procesador de textos.
A la derecha, la ampliación (monitor externo) con un PDF y el navegador en una página del CORDE

N.B. No se ofrecen explicaciones para los MacBook porque todo monitor externo se considera como una ampliación del escritorio.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

PDF errantes


Desde hace cuatro o cinco años las separatas de papel han desaparecido de los envíos postales universitarios y su lugar lo han tomando las versiones PDF. Hace ya varios años que no recibo separatas de papel, por lo menos desde 2008. ¡Me parece perfecto! Entre las muchas ventajas que ofrece este formato se halla la de que nuestros trabajos pueden tener una mayor difusión: ya no estamos limitados a las 15 o 20 separatas que se nos enviaban, si es que las imprimían, cada vez que publicábamos en alguna revista o en algún volumen misceláneo (actas, Fetschrifts, etc.). Así he ido construyendo una colección muy interesante de artículos y libros en PDF. Algunos de los más aventajados en el uso de los ordenadores digitalizaban las separatas o las páginas correspondientes del volumen y las remitían a sus conocidos. Lo último que he recibido con este sistema electro-artesanal ha sido de un homenaje publicado en Francia y de una revista argentina, ambos fechados en 2009.

Esa colección de separatas, ya sin el encanto y recuerdo afectivo, a veces invectivo, de la firma de su autor, la he incrementado con otros muchos PDF a los que he llegado navegando por internet. La gran mayoría los he recolectado a través de Google Académico (o Scholar) y de muchas bases de datos como DialnetSumarios ISOC o DOAJ, por citar las más conocidas (por su gratuidad), que permiten acceder a los textos completos de muchísimos artículos. La colección puede multiplicarse si se tiene acceso a lugares maravillosos como JStore o Project Muse, pero para eso la universidad tiene que ser rica o, por lo menos, considerar que las humanidades son tan importantes como las ciencias y las tecnologías.

A las dos fuentes anteriores hay que añadir los repositorios que las universidades han creado y en los que guardan y ponen a disposición de la comunidad académica e investigadora las tesis doctorales, los trabajos de fin de máster o de grado que han escrito y defendido sus estudiantes. En algunos casos incluso han incorporado las revistas que que publican (p. ej. Epos) y algunos libros (generalmente actas de congresos). Cada vez es más frecuente que los profesores (auto)cuelguen las colaboraciones que han publicado con otras instituciones y editoriales. Y ahí surgen algunos problemas.

El mayor problema es que muchas de esas referencias que se bajan (download) de todos esos paraísos quedan, generalmente, huérfanas de los datos bibliográficos que les deberían de acompañar de por vida (metadatos). Una vez que se pulsa el botón descargar / download y el archivo aterriza en nuestro directorio de descargas se pierde definitivamente toda conexión con la ficha catalográfica que lo arropaba. Los PDF  toman vida independiente, comienzan una vida errante, andante por ordenadores, memorias USB, discos externos, huecos en la nube, revoloteando de correo en correo…


Un caso

Durante el pasado puente de San Nicolás, mientras corregía el borrador de una tesis doctoral, me topé, entre otras muchas, con estas dos fichas:
ARRIZABALAGA, Jon y Teresa HUGUET TERMES, 2009. “La cultura de la salud de Juan Vallés en el mundo médico y terapéutico del Primer Renacimiento hispano”. Barcelona: CSIC, Institución Milà i Fontanals. Disponible en línea: <http://digital.csic.es/bitstream/10261/34967/1/Arrizabalaga_Regalo%20vida%20humana.pdf>, (28/09/2011)
y
SERRANO LARRÁYOZ, Fernando, 2009. Juan Vallés (c.1496-1563): vida y obra (Regalo de la Vida Humana) de un humanista navarro de la primera mitad del siglo XVI. Pamplona: Universidad Pública de Navarra. Disponible en línea: <https://portal.uah.es/portal/page/portal/epd2_profesores/prof363475/publicaciones/Serrano_Regalo_biografia.pdf>, (28/09/2011).
Me chocaron inmediatamente porque recordaba algo que había visto en un libro coordinado por Fernando Serrano Larráyoz (Juan Vallés, Regalo de vida humana. Pamplona, 2008). Picado por la curiosidad, pinché en ambos enlaces y en décimas de segundo dos flamantes PDF hallaron hueco en el disco duro de mi ordenador. No era material nuevo, sencillamente se trataba de los PDF de las colaboraciones publicadas en el volumen de 2008 (pp. 17–75 y 149–170 respectivamente).

El doctorando hizo lo normal. Localizó los dos documentos en internet con suma facilidad (basta con introducir Juan Vallés y regalo en Google). Lo he hecho para redactar esta nota y aparecieron en la primera página de resultados, en las posiciones 1ª y 5ª (el resultado en una nueva búsqueda puede ser ligeramente diferente):
Resultado de la búsqueda en Google
El doctorando tan solo pulsó sobre ambos enlaces y descargó sendos PDF en su ordenador, aunque tuvo la precaución de anotar y guardar la URL de donde colgaban los documentos (sobre el problema de las excesiva longitud de las URL y cómo solventarlo véase el artículo Acortar direcciones de internet).

Una vez leídos y a la vista de que merecerían formar parte del elenco de citas de la tesis, tomó los datos de lo que entendió que era la portada: la primera hoja del trabajo colgado en internet. Hasta ahí todo correcto: Autor, título, lugar de publicación y editorial (aunque en realidad son los lugares de trabajo de los autores cuando publicaron esas colaboraciones), la URL y la fecha de consulta. Nada que objetar. Ha seguido los procedimientos normales recomendados, incluso, por el MLA Handbook for Writers of Research Papers (New York: MLA, 2009, § 5.6).

Además, ambos se hallan alojados en los repositorios de dos instituciones de prestigio: Digital.CSIC y el EPD (Entorno de Publicación Docente) de la Universidad de Alcalá, por lo que están debidamente avalados (cf. MLA Handbook…, § 1.6).

El fallo del doctorando, y de muchos investigadores, es que se conforman con bajar el documento, apuntar la URL y, con un poco de suerte, la fecha de la consulta. No se molestan en averiguar nada más acerca de los documentos: dan por válidos los datos que traen consigo (si es que traen alguno además del título y el autor).

Los dos trabajos que me han servido de excusa para escribir este artículo están perfectamente identificados con su ficha catalográfica correspondiente en los espacios en los que están guardados (si pulsas sobre los enlaces podrás acceder a las fichas, pero regresa aquí para continuar leyendo): Arrizabalaga y Huguet y Serrano Larrayoz –si lo curioseas, baja por la página hasta localizarlo–. Ahí es donde el investigador debería haber recurrido para incorporar ambos trabajos en su bibliografía.

Por otra parte, las grandes bases de datos y portales web que permiten el acceso a sus fondos digitales suelen colocar en la ficha el enlace recomiendan utilizar para citar o enlazar.
Handle para Arrizabalaga y Huguet en Digital.CSIC
No solo ofrecen este identificador, sino que en muchos casos permiten, con un simple clic, incorporar la información bibliográfica en RefWorks, EndNote, Mendeley Library y otros gestores bibliográficos (¡Ya hablaremos de ellos en otra ocasión!).

Los PDF errantes pueden estar a salvo, pero es una cosa relativamente moderna, si contienen el membrete bibliográfico, una línea, por lo general en la parte baja de cada una de las páginas de un artículo, que ofrece los datos bibliográficos pertinentes.
Membretes bibliográficos 
Esa línea evitará la vida errante de los PDF indocumentados. A pesar de ello, no olvidemos nunca localizar la información bibliográfica correcta, seguro que está al alcance del ratón.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Acortar direcciones de internet

Cuando escribimos un artículo científico para un medio clásico (libro o revista en papel), a veces es necesario incluir direcciones de internet para que nuestros lectores puedan acceder a los datos que hemos manejado. La gran mayoría suelen ser breves y no presentan problemas para incorporarlas en el cuerpo de nuestros textos o situarlas en las notas (www.rae.es; www.aic.uva.es). Sin embargo, muchas veces son largas cadenas de letras y números difíciles de ubicar dentro del espacio que los libros impresos manejan en su manchas tipográficas. Una dirección como http://www.archive.org/stream/laprosadelduecen000547mbp#page/n25/mode/2up http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/introduccin-a-lope-de-vega-fuenteovejuna-0/html/ff2c7cf6-82b1-11df-acc7-002185ce6064_1.htm#I_1_ puede truncarse en el sitio más inesperado (como puede verse en esta página) y resultar inservible (en el libro en el que  he encontrado la primera, la línea se cortaba en duecen y el resto de la URL continuaba en la línea siguiente. Al cortarlo del PDF en el que lo había visto y pegarlo en la barra de direcciones se introdujo la secuencia %20, que corresponde a un espacio en blanco, con lo que el servidor me respondió con el temido: Se ha producido un error.

Algunos autores creen que con poner unos puntos suspensivos, como se hace para acortar un pasaje que no queremos citar al completo, se puede solventar el problema de espacio (http://www2.unine.ch/webdav/site/ipsa/.../Vermeille _Alexandre.pdf –en el mismo PDF de antes–) pero lo único que hacen es imposibilitar el acceso al material que localizaron con gran trabajo y que puede ser fundamental para su argumentación.
Tomado de Boldperspective

Si hubiera querido avisar a mis seguidores por medio de Twitter de que acabo de publicar este artículo no habría podido decirles mucho, pues habría agotado 88 de los 140 caracteres que permite. Si hubiera deseado redigirles a la edición de Rinaldo Froldi de Fuenteovejuna publicada por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, la segunda dirección que he puesto de ejemplo, habría consumido 138 caracteres. No habría podido decirles ni Hola (si hubiera sido americano sí habría podido: Hi).

Para solucionar este problema han surgido varios sitios en internet en los que se pueden acortar las direcciones para embutirlas en nuestros micromensajes.

Los de letras podemos aprovecharnos de estas utilidades para evitar esas largas, problemáticas e inmanejables secuencias de letras y números que a veces constituyen las URL. El reciente libro Escribir en internet. Guía para los nuevos medios y las redes sociales (Madrid: FundéuBBVA – Galaxia Gutenberg, 2012) es un claro ejemplo de que el acortamiento de las direcciones es útil y práctico.

Hay varios servicios en la red como Google Shortener, TinyURL, Bitly o McAfee. Al usar esos sitios he podido reducir la larguísima URL que llevaría a la introducción de Fuenteovejuna a otra de entre 19 y 26 caracteres, es decir, se puede reducir en un 85 por ciento.

Acortarlas es muy sencillo, apenas lleva cinco minutos. Cuando se tenga una URL interminable, como por ejemplo la de la edición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha alojada en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-ingenioso-hidalgo-don-quijote-de-la-mancha--0/html/p0000001.htm#I_1_), se selecciona con el ratón y se copia. A continuación se va al servicio de acortamiento elegido, se pega lo cortado en la casilla adecuada y se pulsa enter o se hace click en el botón correspondiente.
Primer paso en Google url shortener
Algunos servicios pedirán que se introduzcan unos caracteres que aparecen en un recuadro –se llama captcha y sirve para comprobar que quien quiere llevar a cabo la acción es un ser humano, no una máquina.
La captcha y su resolución

Por último, aparecerá la dirección acortada.
El resultado: de 114 caracteres a 20 (un 82% más corto)
Ya solo queda cortarla y pegarla en donde sea necesario.

La dirección de la introducción de Rinaldo Froldi a Fuenteovejuna publicada por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes quedaría reducida a:


Google shortener: http://goo.gl/wwqmB

Quizá no sean URL amigables, es decir, "direcciones web inteligibles, mediante las cuales se puede deducir el contenido" (Escribir en internet…, p. 492), pero son más manejables, sobre todo cuando las tenemos que copiar a mano en la barra de dirección.